Las orugas viven en todo tipo de hábitats, desde selvas lluviosas hasta desiertos, pasando por bosques, praderas y zonas urbanas. Esto, sumado a su imparable habito de comer, las ha convertido en el enemigo número uno de los cultivos y plantaciones en todo el mundo. Donde haya plantas que puedan consumir es casi seguro que ellas también estén.
Algo que las hace particularmente peligrosas es que sus períodos de actividad, y por ende de alimentación, se concentran en la noche. Por esta razón, es común que en el momento en que son descubiertas, gran parte del daño ya esté hecho.
Como son criaturas tan pequeñas, antes de proceder a eliminarlas, es necesario asegurarse de que son realmente ellas las que están afectando los cultivos y no otro animal.
Una buena forma de detectarlas es observando las hojas de las plantas en busca de orificios y muescas. Estos son señales inequívocas de que las plantas están siendo devoradas por orugas.
Una vez localizadas, es imperativo eliminarlas junto con sus nidos para evitar su reinserción en los cultivos.
En el caso de jardines, huertas e invernaderos, basta con removerlos manualmente usando guantes protectores. Para cultivos más grandes es necesario recurrir a otros métodos, si es posible, a varios de ellos simultáneamente.
Una forma de asegurar que las plantas estén constantemente protegidas ante las orugas es recurriendo a sus depredadores naturales.
Aves como los gorriones o los petirrojos son expertos en encontrar a las orugas en cualquiera de sus escondites. Es una medida que prescinde del uso de plaguicidas, pero solo es efectiva en cultivos cuya cosecha no corra riesgo de ser consumida por las aves.
Los insecticidas para orugas siempre son una solución efectiva. Pero, en casos de infestación a gran escala, la cantidad de químico necesario para erradicar la peste por completo, puede terminar perjudicando a la vegetación. Por tanto, es preferible combinar el uso de estas sustancias con otras formas control de plagas.
Uno de los mejores complementos para los plaguicidas son las trampas especiales impregnadas de feromonas femeninas. Estas atraen a las orugas machos y los capturan.
Así no solo se elimina gran parte de su población, sino que también se evita que se reproduzcan al separar sus sexos. Las hembras pueden luego ser neutralizadas con insecticidas.